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Ana Sanz Campos

Una gota

(Escrito por Santos, un buen amigo al que agradezco su colaboración para iniciar este apartado: CUENTAN)

Yo había buscado siempre la trascendencia de la vida. Siempre busqué. Un tiempo fue la filosofía; otro el esoterismo; otro el budismo. Siempre lo espiritual. Aquello que de alguna manera muchos intuyen. Un día me dijeron que en un barrio de mi ciudad había un hombre que hablaba de Dios. ¡Hablar de Dios!... ¡quién no ha oído hablar de dios! De su dios particular. ¿Acaso éso puede cambiar algo realmente? El término Dios ha sido tan manipulado! Ha sido comprado, vendido, usado para el bien y para el mal; afortunadamente la palabra nunca es la cosa.

Un día fui a su casa para conocerle. Él estaba recién jubilado. Era un hogar sencillo y él era en sus modos también sencillo. Nada que ver con las diversas aureolas de “maestros”, “videntes” bien remunerados y otras parafernalias. Zapatillas de estar por casa de las de tienda económica. Rostro serio y aguda mirada. Ojos que vieron cosas que se mantienen discretamente en silencio. Atendía a las personas que iban a verle sin querer cobrar ni siquiera la “voluntad”. Este hombre hablaba de Dios. Porque él tenía el don de oír la voz de Dios. ¡Así! ¡Como suena! Y además imponía las manos. En muchas ocasiones,  sin conocer bien el porqué, con alguna persona podían suceder cosas extraordinarias. O mientras le oían hablar o con la imposición de las manos. Acudí lleno de curiosidad. ¡Qué extraño que no cobre dinero por estos asuntos o que no apunte tu nombre y te sume a su grupo de adeptos!. Él era todo experiencia. Hechos vividos por él mismo que luego nos sucederían a algunos de nosotros. Perdí de vista cualquier otra cosa de mi entorno. Oía con inusitada claridad: ...”Dios me dijo”... Y de nuevo... ”Cristo me dijo”...

El discurso de su exposición, cada palabra, llenó con golpes de tambor todo mi silencio. El silencio de todas las preguntas que nunca antes tuvieron respuesta. Aquello que creía saber dio paso al conocimiento directo. Un espíritu nunca antes conocido por mí me hizo sentir de cerca la luz más bella, la certeza más inimaginable... Allí comenzó la verdadera magia que los hombres llevamos dentro. No podía explicarlo. No sabía mostrarlo. ¡Pero ya nada fue igual para mí. Nunca…  ni los hombres... ni lo visible... ni yo mismo...! No recuerdo bien cuánto duro aquel encuentro. Pero digo la verdad: allí  conecté por primera vez con el Espíritu de Dios y en aquel mismo momento dejé de buscar para siempre. Mi alma conoció el océano al que pertenecemos todos. Desde entonces y hasta ahora, esa “Realidad” no ha dejado de soplar sobre mí su esencia fresca y renovadora. Sin puertas, sin vallados. Uno, no podía imaginar tal aventura. Tal cruce de mundos. Uno, no podía imaginar que esa vasta y extraordinaria Revelación estuviera tan cerca de TODOS. Cada instante. Pero así es. Y si la buscas sinceramente esa Verdad te encontrará a Ti. 

“una gota de mar contiene en sí misma la magia de un océano”...

 

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